lunes, 13 de octubre de 2008

Octavio en el teléfono

Octavio se levantó tarde, como casi todos los sábados. Se había quedado hasta la madrugada mirando televisión. Vio el final de una comedia con Meryl Streep; después, el comienzo de una drama que no quiso seguir mirando; por vigésima vez, el final de Gladiador; hasta quedarse dormido en el sillón de la pequeña sala, vislumbrando a medias los incomprensibles enredos de alguna película adolescente que no terminó de ver. Ni siquiera recordaba el instante en que se levantó de allí para dirigirse a la cama.
Descorrió la persiana que daba al balconcito francés. El sol lo encegueció por un momento. El día estaba pleno de luz sobre su departamento de Boedo. En el corazón de la manzana, hacia donde miraba su ventana, retumbaba plácidamente el canto de los gorriones de los árboles de la calle. El cielo tan azul le inyectó cierta dosis de optimismo en su cuerpo fatigado.
Decidió que era tarde para desayunar, así que preparó un poco de pan tostado, unos restos de fiambre que encontró en su despojada heladera, un poco de queso; y, con un buen vaso de Fernet con Coca, se sentó en la vieja reposera, frente al sol de la naciente tarde, dispuesto solamente a disfrutar…
Todo parecía perfecto. Ni siquiera le molestaba el irreversible desorden de su cuarto. (Hacía varios días que no cambiaba las sábanas, y ni siquiera las tendía sobre la cama)
Puso un disco de Ben Webster, y, a medida que el vaso se vaciaba en él, el desgarrado saxo de Time after Time lo envolvía en sutiles y extrañas sensaciones; una profunda melancolía, y, a la vez, una cierta euforia, latiendo en su cómodo descanso.
De repente, el teléfono, quebrándolo todo de un solo estallido. Él no iba a atender. No esperaba ningún llamado. Pero aprovechó que necesitaba recargar su vaso, y fue hasta la cocina. Mientras preparaba su trago atendió el histérico teléfono.
- Hola.
- Buenas tardes. Señor Gomez? Octavio Gomez?- Preguntó la voz de una correcta chica del otro lado.
- Si.- Respondió, dubitativo.- Soy yo. Quien habla?
- Mucho gusto, Señor Gomez. O puedo llamarlo Octavio?
- Si, claro. Mucho gusto. Quien habla?
- Mi nombre es Loreley Gutierrez. Lo estoy llamando del Banco Americano de Inversiones. Ud. Es cliente nuestro, a través de su tarjeta de crédito. No es así, Octavio?
- Si. Que pasó?
- Déjeme explicarle el motivo de mi llamado.
Octavio no podía concentrarse del todo en lo que aquella chica de simpático acento le decía. Sus delicadas palabras se le esfumaban de la cabeza como vagos recuerdos. Y a pesar de no poder entender, disfrutaba escuchándola. Algo en su voz le transmitía dulzura, acogedora confianza, como si fueran viejos conocidos. Y el efervescente vapor del Fernet contribuía a confundirlo aún más.
-Como le estaba diciendo, Octavio, ésta es una excelente oportunidad para adquirir la mejor tecnología a un precio razonable, con una financiación acorde.
- Perdón. Qué me decías?- Interrumpió- absolutamente desorientado.
- Le explicaba los beneficios de esta promoción…
- Qué promoción?
La vendedora permaneció en silencio un instante, algo desencajada.
- Dígame, Octavio. Usted es usuario de esta clase de tecnología?
- Perdoname, cómo dijiste que te llamabas?
- Mi nombre es Loreley Gutierrez- contestó, casi automáticamente, como intentando retomar el argumento que debía proseguir.
- Le comentaba que…
- Tenés una voz hermosa – Interrumpió otra vez, provocando un incómodo silencio. – Ya te lo habían dicho?
- Gracias, señor Octavio…Le decía…
- Qué edad tenés?
Otro breve silencio.
- Aprovechando esta promoción que le está ofreciendo el Banco….
- No estás respondiendo mis preguntas. Te estoy molestando?
- No señor Octavio. Simplemente intento explicarle los motivos de mi llamado.
Octavio sintió de repente un indómito impulso. Un estallido de confusa pasión en su pecho. Un desgarrador sentimiento de despecho. Un extraño Deja Vu que lo lanzaba desde algún lugar de su memoria hasta esta sensación de doloroso quebranto. Tragó lo que quedaba en su vaso con furia. Ahogado de amargura y alcohol se aferró al teléfono, como si fuera la escurridiza mano de la mujer que alguna vez amó con locura y desenfreno. Ya nada más le importaba. Ni siquiera el vaso estallando contra el piso. Ni siquiera el interminable eructo que acababa de escaparse de su indomable boca. Ya las palabras se le enredaban entre el dolor y el Fernet, como una insalvable trampa.
- Qué te pasa, mi amor? Por qué no podemos hablar como personas adultas? Qué nos está pasando?
- Pero señor Octavio. Usted debe estar confundido.
- No me digas que estoy confundido. Yo se muy bien lo que te digo, carajo! Se muy bien lo que siento.
- Pero Señor. Yo lo estoy llamando desde Venezuela. Esto es un Call Center. Usted no me conoce. – La voz de la perpleja interlocutora perdía ya la neutra compostura con la que se había dirigido hacia él durante toda la conversación.
- Pará de mentirme! – le gritó.- Nunca me escuchás!
- Escúcheme una cosa. Váyase a la puta madre que lo parió!
Del otro lado del teléfono sólo un fragmentado tono, absolutamente impersonal, que lo dejaba en la más absoluta desolación.
Octavio se sentó en el piso, extenuado por la tristeza y aquella nueva discusión.
“Sabía que era ella” , pensó. Y volvió a sentarse en su vieja reposera.
-

1 comentario:

edgardo pareta dijo...

me gustó, un abrazo anibal